relato una mamada muy jugosa

La joven María Elena llego al domicilio de su cliente tan puntual como siempre. Ésta cubana de grandes pechos, piel morena y ojos intensos llevaba varios años ejerciendo la prostitución de lujo entre la selecta clientela de la ciudad de Madrid, y la verdad es que no le iba nada mal en absoluto. Cargada de sensualidad y profesionalidad a partes iguales, María Elena se ganaba cada céntimo de su sueldo con el sudor de su cuerpo para ofrecer a sus clientes lo mejor de ella.

Nada más cruzar la puerta de su nuevo acompañante durante la siguiente hora de sexo, ella le dio dos besos de manera muy discreta y se desplazó directamente hasta el dormitorio de él. Ya conocía el camino porque no era la primera vez que aquel hombre había contratado sus servicios sexuales, así que María Elena fue derecha a hacer su trabajo cómo sólo ella sabía hacerlo. Conocía los gustos de aquel hombre a la perfección, y ya le había dejado claro en más de una ocasión lo que él esperaba de ella. Desde luego, contratar a aquella chica suponía garantizarse una sesión de sexo ardiente y lujurioso como pocos.

María Elena vió en la mesita de noche un sobre con dinero, que obviamente le pertenecía a ella. Lo guardó en su bolso y, tras la embarazosa situación del trámite monetario, empezó a desnudarse frente a la atenta mirada de su cliente. Le realizó un striptease en toda regla, tremendamente sugerente, que consiguió levantar la pasión de ambos en tan sólo unos pocos minutos. Ella se bajó la falda meneando su generoso trasero cubano, al mismo tiempo que no le quitaba los ojos de encima a su presa. Tras la falda, se deshizo del top ceñido que le marcaba tanto sus pechos. De este modo, se quedó unos segundos en ropa interior y tacones, paseando delante de su cliente y seduciéndole con su bamboleo de cuerpo tan hipnótico como sugerente.

Cuando ella comprobó que el hombre ya estaba empalmado a más no poder, empezó a quitarse el sujetador y las braguitas poco a poco, para así alargar ese momento tan erótico lo máximo posible. Tras quedarse completamente desnuda, María Elena se arrodilló frente a su cliente y le empezó a bajar la cremallera de su bragueta. Notó el bulto de su pene erecto a punto de estallar, y lo liberó con una destreza propia de una verdadera profesional de las artes amatorias. Una vez tubo la polla dura de aquel hombre entre sus manos, María Elena acercó su dulce boquita y empezó a chuparla con un frenesí absoluto. No sólo frotaba sus labios contra el glande, sino que también jugaba con la punta de su lengua para excitar todas y cada una de las terminaciones nerviosas. Ambos sabían ya lo buena que era María Elena a la hora de hacer mamadas, pero cada vez que empezaban a darle al asunto, los dos se sorprendían de lo placentera que era aquella situación. Y es que, si al cliente le encantaba que le hicieran una buena limpieza de sable, a María Elena le volvía loca comerse una buena polla.

Ella siguió chupando sin parar, manteniendo el ritmo al principio, para luego ir acelerando y provocarle así un placer más intenso a aquel hombre. La polla le llenaba toda la boca, llegando a acariciar la campanilla de María Elena. Y es que le ponía tantas ganas a su trabajo, que no le importaba metérsela hasta el fondo con tal de ver la cara de satisfacción de sus clientes. Llegado el momento de más excitación, el hombre avisó que estaba a punto de correrse, pero ella hizo como que no le escuchó y siguió mamando como si no hubiera oído nada. A los pocos segundos, una corrida de leche caliente inundó la boca de María Elena, indicándole que había vuelto a hacer su trabajo como Dios manda. Ella siguió chupando, aprovechando el semen como lubricante para que sus labios resbalaran mejor sobre la polla de aquel hombre. Los gemidos de placer de ambos eran tan fuertes que se notaba que ambos estaban disfrutando al máximo del sexo oral.

Tras el intercambio de fluidos, María Elena se vistió de forma ágil y discreta, dio un par de besos a su cliente y se marchó sin hacer ningún tipo de ruido al cerrar la puerta. Una vez más, ella había estado a la altura de las circunstancias, y una vez más, había vuelto a cobrar una suculenta cantidad de dinero por un servicio bien hecho.

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